Nacida el 3 de octubre de
1952.
Arrabal, Zaragoza.
En esa época, yo era una de
las pocas privilegiadas que vivían medianamente bien, me podía permitir comprar
ropa y comida, aunque luego fue a peor.
La única vez que realmente
pase miedo de verdad fue un día de 1973. Hacía 6 ó 7 meses que acababa de dar a
luz a mi hija, Carmina y como se acercaba el buen tiempo, decidí ir a comprarle
un vestido.
Fui al Paseo Independencia con
mi hija, y me acuerdo de que le compré un precioso vestido blanco con detalles
en rojo en el centro comercial SEPU (las siglas de Sociedad Española de Precios
Únicos). Al salir del centro, me di cuenta de que en la calle se celebraba una
manifestación.
Vi cómo corría la gente de un
lado para otro, y cómo los grises (policías a los que llamábamos así porque su
vestimenta era de ese color), les seguían corriendo y les pegaban con porras, a
todos, no importaba si eran niños o niñas, mujeres, hombres o ancianos, todos
recibían tantos golpes como aguantara su cuerpo.
Yo había ido antes a
manifestaciones, la diferencia es que yo acudía sola, y si me pegaban, sólo me
pegaban a mí, pero esta vez llevaba a mi hija de tan sólo unos meses en los
brazos.
Se me acercó uno de los grises
y me ordenó que corriera, con la intención de que cuando yo saliera corriendo,
poder perseguirme y pegarme, a mí, y a mi hija. Le dije que no. Abracé a
Carmina entre mis brazos con todas mis fuerzas, intentando protegerla, por
miedo a que pudieran hacerle daño. El policía me volvió a ordenar que corriera,
pero no lo hice. Y como no salí corriendo como el resto de las personas que se
encontraban en la manifestación, no me pudo golpear.
Pasé muchísimo miedo,
realmente estaba aterrada, porque si me hubiera marchado corriendo, a mí me hubieran pegado una paliza, pero a mi
hija, a mi hija con un sólo golpe, la hubieran matado.
También recuerdo que por esos
días, los militares y policías nos exigían que les diéramos nuestro cultivo,
nos pedían tanto de cada cosa que teníamos. Cuando llegaron una de las veces
que venían, les dimos todo lo que nos habían pedido. Lo metieron en una
furgoneta, y además, se llevaron a todos los hombres que había allí, junto a la
maestra de la escuela.
No los volví a ver, pero sé
que ese mismo día, 40 hijos e hijas, se quedaron sin padre.
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