María Burgos Zapater
22 Julio 1913 – 5 Agosto 1993
Narrado por: Ana Rioja Jiménez
28 Febrero 1962
LA
CARTA
Hay
historias familiares que pasan de generación a generación y que son lecciones
de vida, como la que cuenta mi madre sobre la aventura que vivieron sus abuelos
y su madre recién nacida durante la Guerra Civil:
Si mi abuela materna hubiese podido estudiar más,
habría sido escritora o periodista. Lo que yo, Ana Rioja Jiménez, nacida en
Tudela en 1962 fui años después. Se llamaba
María Burgos y nació en 1913 en un pequeño pueblo de Navarra llamado
Monteagudo. Era la mayor de 11 hermanos, así que su infancia no fue nada fácil.
Apenas contaba con 14 años cuando tuvo que marcharse a servir a una casa en la
vecina ciudad de Tudela. Allí conoció a mi abuelo, Fermín, un agricultor
humilde pero muy orgulloso que se casó cuando ella tenía 18 años, para que
dejara de servir. Juntos comenzaron una hermosa historia de amor que a punto
estuvo de ser truncada por la Guerra Civil Española (1936-1939).
Me encantaba escuchar cómo mi abuela contaba
historias de aquella guerra cruel: su miedo durante los bombardeos, las
carreras frenéticas hacia los refugios, la aventura del abuelo y de toda la
familia en la frontera con Francia, el estraperlo, las cartillas de racionamiento…
Pero la historia que más veces le oí contar y que
ha quedado para siempre grabada en mi memoria es la de la aventura de una joven
mujer, madre de dos hijos viajando hacia la frontera de Francia en busca de su
marido.
En 1937, a mi abuelo Fermín lo reclutaron
obligatoriamente para ir a la guerra por el bando Nacional, como tenía 2 hijos
lo mandaron a la frontera con Francia, a un regimiento cuya misión era
interceptar a todo soldado-nacional o republicano que huyera de España, bien
para detenerlos (si eran republicanos o para que no desertaran si eran
nacionales). Nadie podía cruzar de forma ilegal la frontera. Mi abuela se quedó
en casa con dos hijos, uno de 5 años y una hija recién nacida, mi madre, que
vino al mundo durante un bombardeo. A mi abuela le gustaba recordar el nombre
de cada una de esas vecinas que le ayudaron en el momento del parto en lugar de
irse corriendo hacia el refugio.
Cuando mi madre tenía 40 días, mi abuela recibió
una carta de mi abuelo, escrita por un compañero en la que decía que estaba muy
enfermo, que los echaba mucho de menos y que tenía muchas ganas de verlos. Cómo
escribiría la carta el compañero, mientras mi abuelo deliraba por la fiebre,
que mi abuela al leerla entendió que mi abuelo les llamaba para que fueran a
verlo por si se hallaba en sus últimos días, mi abuela se puso en viaje con una
hija de 40 días y un hijo de 5 años y con todos los alimentos que pudo cargar
porque sabía que en la frontera pasaban hambre.
Tras un largo viaje, llegaron a Elizondo, pueblo
navarro en la frontera, buscó el regimiento y encontró a mi abuelo repuesto y
en pie, cuando mi abuelo vio llegar a su mujer con los dos hijos, se disgustó
notablemente, y se preguntó, ¿cómo podía estar su mujer allí con dos criaturas,
y haber atravesado el frente de guerra?
Mi abuela le explicaba que está allí porque él se
lo había pedido en la carta, mientras mi abuelo le juraba que él solo le dictó
al compañero que estaba enfermo pero que se estaba recuperando, y que les
echaba de menos, pero no para que arriesgaran su vida viniendo. Cuando mi
abuela contaba esta historia, en la familia siempre quedaba una duda: ¿Entendió
mal la carta mi abuela, o el que la escribió se inventó la mitad de las
palabras?
Lo cierto es que ese acontecimiento hizo que mi
abuela pasara el resto de la guerra junto a mi abuelo. Él busco una casa en el
pueblo, para que una familia les acogiera. Allí vivía un matrimonio mayor, con
un nieto recién nacido, cuyos padres habían muerto fusilados. Mi abuela ejerció
entonces como ama de cría del pequeño huérfano. La guerra unió a dos familias
que en ese momento se necesitaban. Y así se demostró que la solidaridad puede
ser posible aún en los tiempos más difíciles.
CRISTINA GARCÍA 4ºC
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