Rosa María Gil Serrano
16 de septiembre de 1938
Trasobares, Zaragoza
Nací en una época donde no sabía toda la desgracia
que me iba a tocar vivir a mi familia y a mí. Viví con mis padres hasta la edad
de siete años, entonces tuve que irme con mi abuela y mis dos hermanas ya que a
mi padre unos años antes le destinaron al servicio militar, y mi madre poco
después se tuvo que ir a trabajar a la ciudad donde yo no podía verla ni ella
mantenernos por la escasez de dinero.
Recuerdo el miedo que sentíamos cada vez que
escuchábamos el sonido de los aviones, nos mirábamos las cuatro con cara de
desesperación, no sabíamos que iba a pasar esta vez. Corriendo bajábamos a la
bodega donde guardábamos el agua fría, mi abuela cogía una llave que dejaba
siempre escondida detrás de los botes de aceite, entonces ella siendo la última
en llegar, cerraba la puerta, nos abrazaba y allí permanecíamos hasta que el
sonido desaparecía.
No era lo peor que tuvimos que vivir, no teníamos
apenas comida y lo poco que teníamos era aceite y huevos que teníamos que
comprarlos a un alto precio e irnos a otros pueblos lejanos de Trasobares para
conseguirlos. Muchas de nuestras comidas eran difíciles de creer, mi abuela nos
empapaba una servilleta de aceite y teníamos que hacernos a la idea de que eso
era lo mejor que podíamos conseguir. Cada noche nuestra preocupación era cenar
antes de que desapareciera el Sol, porque como ya he dicho antes nuestra
escasez de dinero no nos permitía tener luz en casa, entonces solo gozábamos de
la luz natural.
Al tener más edad, mis hermanas y yo madrugábamos
para ir a la ciudad, ya que no pudimos ir al colegio. Empezamos a trabajar
jóvenes donde ahí conseguimos ganar algo de dinero, cosiendo, así podíamos
llevar a casa algo de comida. A los pocos meses mi abuela enfermó, entonces siendo
yo la más mayor tuve que hacerme cargo de ella y dejar mi trabajo. Una de mis
hermanas decidió quedarse en la ciudad y seguir su vida allí.
Fue una dura pérdida ya que lo poco que tenía lo
dio por nosotras. Recodaré siempre las palabras que me dijo cuando era más
niña: “No penséis que no tenéis salida de aquí porque yo no la haya tenido,
llegará el día en el que podáis vivir sin pasar ningún tipo de miedo y poder
tener todo aquello que nos está faltando ahora”.
Me casé con Ezequiel Dorda y tuvimos dos hijos a
los que pudimos darles todo lo que yo siempre había soñado cuando yo era niña.
MARÍA MORALES
4ºA
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