Raúl
Erles
22 de
junio, 1965
Alcala
de Henares (Madrid)
Me acuerdo perfectamente del día que cumplí mis dieciocho años todos los varones estabamos obligados a
pasar por un sorteo en las cajas de reclutamiento militar, en donde se nos
asignaba zona de cumplimiento. Compañeros míos quedaron exentos de ir ya que
padecían alguna enfermedad o por puro sorteo.
Fue un día extraño ya que por primera vez en
toda mi vida me tuve que separar de mi familia, pero por otro lado tenia ganas
de vivir esta experiencia. No me imaginaba todo lo que iba a aprender y vivir.
El día de mi despedida mi
madre estaba dolida, no sabía cómo me las iba a apañar, pero sin embargo quería
aparentar que no estaba muy preocupada. Como siempre hacía, hoy no sería la
excepción, me preparó las croquetas que todos mis hermanos y yo adorábamos. Al
llegar a las habitaciones dejé mis cosas, y me fui a hablar con los que también
entraban novatos como yo para que nos dieran algunas instrucciones básicas. Al
volver me encontré con que lo que me había preparado mi madre había
desaparecido, no sabía si era alguna broma que se hacía por ser novato o por el
simple hecho de que no se comía bien. En ese momento me di cuenta de que todos
tenían su lugar y que yo también tenía que encontrar y luchar por el mío.
Mi primer mes fue de
instrucción y al finalizarla realicé la jura de bandera, luego teníamos que
participar en todo tipo de trabajos, como por ejemplo cocinas, perreras,
caballería, infantería, etc.
De todo aquello lo que
más me marcó fue el día en que uno de mis compañeros se retrasó 10 minutos
cuando nos tocaba estar de guardia y presencié cómo el teniente le pegaba
mientras éste intentaba explicarle el motivo de su retraso. Sin poder evitarlo
tuve que decir algo, ya que no podía aguantar esa escena, la amistad en ese
lugar era lo que más valía al menos para mi. Entonces con mi inocencia le dije
al teniente que ya había aprendido la lección y que no hacía falta seguir, éste
se giró hacia mi y me desafió preguntándome que cómo me atrevía a hablarle así.
Sin poder apenas decir una palabra, ya se abalanzó encima mío y empezó a
pegarme sin parar. No dudó en ningún momento en llevarnos al calabozo a los
dos, mi compañero estaba aterrorizado y no paró de decirme que no hacia falta
haber hecho lo que hice. A pesar de ello nunca me he arrepentido y sé que lo
volvería a hacer.
Al día siguiente era el
día en que llegaban las cartas y por mi rebeldía hacia el teniente éste estaba
siempre pendiente de mi y no dudó en hacérmelo pasar mal. Como os he dicho era
el día en que recibíamos las cartas de nuestras familias, y como todos los
meses estaba esperando la carta de mis dos hermanos pequeños, pero sin embargo
ese día no me llegó ninguna carta. A los muchos días me enteré que todo fue por
la malicia del teniente y supe desde ese día que no recibiría ninguna carta
más, decidí no quejarme ya que me quedaban pocos meses para acabar el servicio.
Sin embargo aunque me
hayan metido más de una vez en el calabozo entre otros muchos castigos al haber
querido luchar por injusticias, tuve momentos muy felices con mis compañeros y
aprendí a ver la vida de otra manera. Supe valorar todo lo que en su día no
valoraba como debía y me llevé más de un amigo. Fue difícil pero me ha valido
para afrontar muchas experiencias en mi vida.
SEPHORA REBIAI 4ºA
No hay comentarios:
Publicar un comentario