Gloria Gil Urbano
07/04/1928
Trasobares,
Zaragoza
Mis primeros recuerdos me transportan 76 años
atrás, con diez u once años, recién terminada la guerra. Pero la vida no mejoraba,
como nos prometían, y la guerra, aunque nos dijesen que había terminado, seguía
en curso.
Nuestra familia era una familia con suerte, ya que
al menos mi padre tenía una tienda. Mi padre, dos veces por semana, con un
autobús y un tren, bajaba a Zaragoza a comprar productos para mantenerla. Aún
así, como era típico en aquella época, había mucha escasez y pasábamos mucho
apuro.
Al colegio sólo podía ir la mitad de los días, y
eso con suerte, porque teníamos que trabajar y ayudar a la familia. Por las
mañanas te enseñaban un poco a leer y a escribir, y por las tardes, a las
chicas nos enseñaban a hacer la labor (coser y hacer medias).
Ángel, mi futuro marido, solo fue hasta los 9 años
al colegio, ya que enseguida tuvo que hacer de pastor y cuidar del ganado.
Había chicos mayores de 14 años, a los que les enseñaban por la noche, eso sí,
solo chicos, las chicas no teníamos nada que aprender, solo a cuidar de la
familia.
Muchos días tuve que ayudar a hacer carbón vegetal
de los chaparros que había en el campo, que guardábamos en una bodega por la
humedad, y más tarde nos íbamos hasta pueblos vecinos a venderlo.
Íbamos al río para coger agua y para lavar, para ir
al baño íbamos a los corrales, y con los 2 hornos que había en el pueblo cada
uno hacía su pan que tenía que durar 8 días.
Aparte del pan, recuerdo que siempre teníamos la
misma comida: migas por la mañana (normalmente acompañadas de olivas), comíamos
a base de patatas y cenábamos judías. Alguna vez alguno de los cazadores del
pueblo traía alguna perdiz, o algún conejo.
En el pueblo, está claro que todo empeoró mucho con
la llegada de los falangistas, había muchísima opresión y te denunciaban por
todo. Tenías que esconder el trigo si no querías que te lo quitasen, y apenas
traían algún alimento al mes para repartir, todo muy escaso. Estaba claro que
así no se podía vivir. Todo el mundo les tenía mucho miedo, pero escondía
comida si quería sobrevivir.
Lo peor fueron los asesinatos...
Empezaron llevándose a 3 personas, por sospechas de
que ayudaban a los maquis, y a los tres los mataron. Luego mataron al alcalde y
a su hermano, por ser republicanos. De esto último me acuerdo muy bien, ya que
el alcalde tenía con su mujer nueve hijos, y salió la madre de los hijos a
suplicar por la vida de su marido, con los niños en brazos, en medio de la
plaza, aunque yo creo que solo consiguió que lo mataran antes.
El maestro de la escuela era rojo, y huyó a tiempo,
así que los falangistas rebuscaron en su casa y encontraron un libro
revolucionario debajo de la almohada, y frustrados, raparon el pelo a la mujer
del maestro y la humillaron haciéndola pasearse así por todo el pueblo.
Recuerdo, que Ángel, un día, cuando estaba cuidando
de sus pastos, se encontró a un maquis, y éste le pidió comida desesperado. Le
dio un casco de pan, y siguió con su paseo.
Al día siguiente, alguien capturó al pobre hombre, y
lo cogieron los falangistas. Fue la única muerte que vi con mis propios ojos,
en medio del pueblo. Aplicaron lo que se denominaba la “ley de fugas”, es
decir, por la noche, le dijeron que podía irse, y en que se dio la vuelta para
marcharse le dispararon un tiro en la espalda, más tarde alegando que intentaba
huir.
Es cierto que al ser un pueblo escondido, la guerra
y las posguerra se vivieron de otro modo, pero aún así no era un pueblo tan
pequeño como lo es ahora (antes de 1000 habitantes y ahora de 50), y la escasez
y el apuro nos llegaron de todos modos.
Alberto Cirera 4ºB
No hay comentarios:
Publicar un comentario