Aurora Cruz Rodríquez
Nacida el 17 de febrero de 1966 en Miraflores (Boyacá)
Eran los años 90. Las
ciudades principales, como podían ser Medellín, Cali y Bogotá sufrían grandes
oleadas de asesinatos y atentados ordenados por el narcotraficante, Pablo
Escobar. Estos ataques los realizaba con el objetivo de chantajear al gobierno
colombiano que quería extraditarlo a Estados Unidos. Escobar intentaba llegar a
la presidencia de Colombia, pero el poder político lo impedía a toda costa. El
narco era apoyado por gran parte del pueblo ya que había construido casas y
escuelas para la población algo que el gobierno no había hecho.
Prefería una tumba en
Colombia que una cárcel estadounidense.
Había una inseguridad
brutal en todas estas ciudades pero personalmente viví el miedo en Bogotá, mi
ciudad de residencia.
Debía cruzar la ciudad
entera para poder ir del trabajo a casa y de casa al trabajo, la falta de
dinero nos impedía, a mi marido y a mí, tener un coche y por ello debía ir
siempre en autobús.
En mi trayecto al trabajo
no me era extraño encontrarme, cuando miraba por la ventana, un edificio
destrozado y cómo sacaban los cuerpos de las víctimas de entre los escombros.
Una de las cosas que más
me dolía era la pasividad y la normalidad con la que llegamos a afrontar la
violencia, era algo cotidiano. Tras el trabajo, ya en el autobús, miraba de
nuevo por la ventana donde, a la ida, se encontraban las ruinas de aquellos
edificios, ahora, tan solo una pequeña alucinación que confirmaba su
realidad con los cristales rotos, el resto estaba limpio y recogido, como si
nada hubiera pasado, la vida seguía.
Cuando salía del trabajo
ni siquiera iba por la acera como el resto de personas a mi alrededor, sino
que caminaba por el medio de la carretera por donde seguían circulando los
vehículos, por el miedo a que estallara un cajero automático, cosa que
solía suceder a diario, y que pudiera
hacer daño a mi bebé.
El temor era tal que un
día esperando en la parada del autobús, sonó un estruendo, todos incluyéndome
nos tiramos al suelo creyendo que de un atentado se trataba. Pero era tan solo
la caída de parte del techo del centro comercial que teníamos al lado.
Otro momento que me ha
marcado fue un día que mientras trabajaba, en el edificio donde estaba comenzó
a parecer que se hundía, tras un gran estallido. A unas cuantas calles de allí
el edificio del departamento administrativo de seguridad o DAS fue destruido
por 500 kilos de dinamita ordenados por Pablo Escobar.
1992, mi marido ya
llevaba un año viviendo en España, mi hijo recién cumplía los dos años. Mi
decisión de venir a España fue forjada por la cantidad de violencia en
Colombia. Hubo un hecho que marcó por completo el resto de mi vida, mi hermano
me dijo que se iba a ir con Guille, mi
niño, a hacer unos recados al norte de la ciudad, a unos 15 minutos de donde yo
estaba trabajando, y que luego se iría a casa de mi suegra, Mª Cristina. Cuando
llegó el mediodía, desde mi oficina escuché una gran explosión, en ese momento,
puse la radio para saber que había ocurrido, no sólo había estallado una bomba
al lado de mi trabajo sino que también estalló una en el norte de la ciudad,
donde mi hermano y mi hijo se encontraban. Durante una larga y dolorosa hora no
supe nada de ellos, me estaba esperando lo peor. Tras esos 60 interminables minutos mi hermano me llamó,
estaba en casa de Mª cristina, sano y salvo con mi pequeño.
Por todo esto me vine a
España, no por gusto que quede claro. Nadie deja su patria y a su madre sola
por gusto, pero quise brindarle a mi hijo la oportunidad de crecer en una
sociedad en paz.
Y todavía sin ánimo de
equivocarme sigo pensando que fue una buena decisión.
Y aquí os dejo una
pequeña reflexión.
Cada mañana al poner el
noticiero veo como tanta gente, tantas madres con niño como lo era yo, no tiene
tanta suerte.
Que la palabra refugiado
no nos debe sonar como algo lejano o impensable, porque todos en algún momento
de nuestra vida podemos ser REFUGIADOS.
ANDREA MANTILLA 4ºB
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